La lluvia en el desierto, un experiencia por vivir…
Recuerdo aquellas inundaciones como si de ayer mismo se tratase. De pronto empezó a llover, los niños como siempre salíamos a jugar, a divertirnos y hacer de aquel fenómeno extraño algo más ameno. Al regresar de la escuela que ese día la jornada fue más corta, todos cantábamos la canción del “Sidi ya ashab, ragab ragab ya anaw” algo así como “que siga que siga la lluvia, y que las nubes suban y siga lloviendo”
Eran momentos de magia pura, descalzos como siempre, sin querer entrar en casa, cuando mi madre me llamaba, hija entra que te vas a constipar, y yo seguía jugando como si nada, me encantaba ese ambiente tan diferente y rompedor a la vez. Mis padres se dedicaban a cerrar mi casa, y con una pala hacer como un caminillo “iwanu” alrededor de mi casa para que vaya bajando el agua y así evitar que se hunda, pues había que impedir a toda costa el contacto del agua con las casas puesto que son de adobe.
El cielo se veía increíble, lo que cualquiera consideraría un cielo triste de invierno para nosotros era un augurio de bonanza y se buscaba el máximo disfrute del momento. Se saboreaba un ambiente muy ansiado y esperado en el que la tierra se humedecería, el abrasador calor daría paso a una suave brisa marina, empapada y agradable. Lo que ocurriría después de ese momento, podría ser nefasto, pero había que vivirlo. Y así fue, la arena empezó a cambiar, el olor de tierra mojada se olía a kilómetros, había un silencio tremendo, algo impactante, para impactante la cooperación que se creaban entre todos con el fin de sobrevivir, pero primero recuerdo que era proteger a los niños. E incluso recuerdo que mi padre siempre nos metía a todos mis hermanos y a mi abuela en el coche que tenía.
Recuerdo los castillos de arena mojada con latas o material que pillábamos por allí, también los ratos que pasábamos jugando juegos tradicionales al igual que recuerdo las veces que oía a mi madre a media noche taparnos a mis hermanos y a mí o movernos de sitio para evitar que nos mojáramos puesto que con la jaima era muy fácil que se diese esa circunstancia, puesto que están hechas de tala. Me encantaba, lo admito, al igual que recuerdo con especial emoción las mañanas post lluvia y toda la familia junta contando los acontecimientos de la noche anterior, y yo mirando como si de algo extraño se tratara. Extraño era, puesto que en los campamentos pocas veces llueve y las veces que lo hace no son cuatro gotas, son mil convertidas en grandes catástrofes materiales que dan lugar a la misma conversación durante meses.
Benda Lehbib Lebsir.
Imagen: Pepe Oropesa.
Siento que esta chica esta contado mi infancia y pasado en los campos De refugiados.
Me gustaLe gusta a 1 persona
es la infancia de cualquier niño/a saharaui compañera. Un saludo.
Me gustaMe gusta
La felicidad en un mar de inocencia narrada a traves de recuerdos de infancia en los Campamentos de Refugiados.Preciosa y emotiva narración que describe la felicidad de nuestros niños bajo un cielo tiznado de azul.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Muchas gracias Ahmed por tus palabras. un abrazo.
Me gustaMe gusta