Los niños saharauis tras el VEP…

¿Por qué acoger a un niño Saharaui en verano? ¿Y por qué vienen esos niños? Muchas veces me lo he preguntado, y ¿si hubiéramos ido a otro país que no hubiera sido España, estaríamos hablando de las Vacaciones en Paz? ¿y si España no hubiera dejado tirados al Sahara y a los saharauis también estaríamos hablando de las Vacaciones en Paz?

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Me pongo en la piel de esos niños estos días que están pendientes de la foto de su pasaporte colectivo y me entra una felicidad inmensa. Su pasaporte colectivo consiste en algo tan sencillo como que te hacen una foto, que siempre salimos mal, yo al menos no tengo recuerdo de haber salido bien en ninguna, y que esa foto cuatro meses después te hará aterrizar en España. Es un contraste brutal, de la noche a la mañana y para el cual nos preparamos durante todo el curso.

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Ahora bien, siempre lo digo y desde aquí gracias, mil gracias por la labor social que hacéis las familias acogedoras, que atendéis a esos niños, que sacáis de vuestro tiempo, que les dedicáis lo mejor e intentáis hacer de su verano una experiencia inolvidable, gracias. Es una labor social interesante y con ella se crea un hilo invisible que conecta a aquellos que están destinados a encontrarse sin importar el momento, el lugar o las circunstancias, el hilo puede alargarse, o enredarse, pero nunca se romperá.

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Pero estos niños se van, se esfumó el verano y aterrizan en su rutina, en su exilio y entonces es cuando empieza nuestra labor, nuestra labor de embajadores de su causa de darles voz, de tirar de ellos cuando más nos necesitan. De estar que ya es suficiente. No hablo del estar económico, respeto que las circunstancias de cada familia son un mundo, pero sí el estar social, el hablar de ellos con quién sea y cuando sea… Es tenerlos presentes.
El verano es lo que es, dos meses dan de sí lo que nosotros les estiremos, pero toda una vida es cuestión de lo que queremos.
Insisto, la labor de acoger es una labor social interesante y necesaria sobre todo, es un vínculo que une dos culturas totalmente distintas, dos mundo totalmente opuestos, y desde aquí a todos esos valientes que acogen y se esfuerzan por mantener vivo ese vínculo, gracias.

Hay una causa, un pueblo, ese niño que tenemos en casa dos meses tiene una historia que contar al mundo, vive una injusticia y nosotros somos en quien deposita la confianza de resolver, de cambiar y sobre todo de corregir lo que en algún momento nosotros pudimos haber hecho mal, ¿paradójico verdad? Son niños Saharauis, son los embajadores de su causa en mi casa y yo de la suya en la mía.

«A mí el niño me lo enseñó todo. Me enseñó a mirar las cosas. Me reveló todo lo que hay en las flores. Me mostró cómo las piedras se ennoblecen cuando la gente las tiene en la mano y las mira despacio, me lo enseñó todo…» Alberto Caeiro.

Benda Lehbib Lebsir.

Imagenes: David Marquez Ramirez.

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40 años y se dice poco…

Nuestra llama jamás se apagará,

porque nuestro compromiso jamás se romperá.

RASD, felicidades a todo el pueblo Saharaui y simpatizantes de esta noble y justa causa.  40 años, ¿Quién iba a decir que aquello que estaba bajo el colonialismo tras siglo y medio daría tanto que hablar? Que poco tiempo de su fundación ya sería reconocido por todos los países vecinos y unos cuantos van ya entre los que no está ni de asomo España.

Es curioso, pero cada vez que celebramos algo los Saharauis,  sea lo que sea como sí es que en un Parlamento de una Comunidad Autónoma se haya mencionado por lo bajo el Sáhara,  ya está el gobierno poniendo la zancada posible e imposible porque a nivel central no vaya a más… Es curioso a la par que los medios de comunicación una y mil veces en todos estos  años no hayan dedicado ni un pequeño espacio como si es en  una columna de esas de «felices 40 años RASD» como quien felicita a su hija su cuarta década en silencio para que sus amigos les tiren de las orejas… y seguiría una lista de unas cuantas curiosidades que no dejan indiferente a nadie, bueno sí a las tantas generaciones que hemos nacido en el exilio y otras tantas que viven bajo la ocupación marroquí.

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Bueno a lo que iba, hoy 27F, estarán los Campamentos de Refugiados de gala, todos pendientes de los niños que hoy desfilan para que el mundo o quien tenga oídos aún escuche su verdad. Desfilan vestidos y alzando su pequeña bandera con orgullo como quien pasea un trofeo olímpico, a la vista de quien les aplaude por 40 vez consecutiva. Pero allí siguen, es de admirar.

Es de admirar, que hoy los ancianos, los fundadores esos que vivieron su adolescencia y juventud bajo la bandera española en sus años de gloria, esos que vivieron la ocupación y posterior saqueo marroquí, los mismos que viven su vejez en el desierto más inhóspito, hoy estén a la sombra de una bandera alzada mientras el viento sopla poco a poco a su favor.

Es de admirar, y cómo no  ver como construyeron con sus propias manos los Campamentos, ver como lo administran año tras año y verlas como gestionan todo un pueblo, verlas como madres, y asentadas con total normalidad en una sociedad que no deja de crecer bajo su mirada inquietante, sí. Son esas madres de piedra, que hoy como todos los días felicidades.

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Felicidades RASD, felicidades pueblo Saharaui y simpatizantes, seguid, no decaigáis ni un segundo, cuando las cosas vayan mal, alcen la mirada, fíjense en todo lo que hasta hoy han conseguido, fíjense en los tantos pueblos que nos han reconocido, fíjense y mucho en las arrugas del anciano que hoy con su «darra» canta el himno con lágrimas en los ojos y con la única pregunta del «cuándo será el día que descansa en su casa» fíjense también y mucho en el niño que lleva una bandera, ese mismo que ha cogido el micrófono hace 40 años para hablar de su República Árabe Saharaui Democrática, fíjense, porque sus voces se están escuchando. Desde aquí felicidades.

Benda Lehbib Lebsir.

Imágenes: Carlos Cristóbal.

 

Viajar, es vivir.

Cabalgar, viajar y cambiar de lugar recrean el ánimo. Séneca.
Siempre he dicho que el viaje al Badia es una experiencia recomendable para todos. Es un lugar que sólo los Saharauis conocen, y tanto es así que en la nada pueden dar con el punto exacto de donde está quien buscan, es increíble.
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Recuerdo la última vez que fui al Badia. Los días previos a la partida nos encargamos entre todos los miembros de mi familia a preparar el material que necesitariamos durante nuestra estancia en los Territorios Liberdos, que era bastante poco, un par de mantas y una jaima que mi madre había cosido durante varios meses, además de todos los enseres domésticos.El viaje en sí no era un viaje de turismo, ni mucho menos, era el viaje del reencuentro.
Insisto, sólo los Saharauis conocen ese terreno, allí han vivido verdaderas historias y es el viaje de su retorno. En el coche viajábamos varios familiares y con nosotros un señor conocido de la familia. Un hombre bastante mayor de edad, aunque a decir verdad no sabría que edad aproximada tendría, pero sus arrugas y su oscuro turbante delataban que era un hombre que no había tenido la vida nada fácil. Su sencillez de adivinar, de guiarnos a los demás en el viaje desató rápidamente mi curiosidad por estudiarle; conocía el terreno como la «palma de su mano», era admirable.
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Llegado un punto donde todo era desierto, miraras por donde miraras, no sabrías nunca si a cientos de kilómetros llegarías a tú destino o no, pero se respiraba una paz absoluta. Sólo el aire que daba contra aquellos coches y aquéllas pequeñas sombras de una cazuelas apoyadas encima de unas piedras con el olor a la carne daban por hecho que por allí andaban personas.
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La Badia no es más que eso, la sencillez del beduino Saharaui en estado puro, el levantarse y rápidamente beber un poco de leche, mientras toda la familia se reúne no para planificar, sino para estar juntos que ya era el plan perfecto. El pequeño rebaño de cabras sube y baja aquella montaña de Mheiris como quien goza de libertad absoluta, pero sí, es que los territorios liberados (la badia) es la libertad del Saharaui y el Saharaui en libertad personificada.

«Lo bello del Desierto es que en algún lugar esconde un pozo»
Antonio de Saint-Exupery.
Benda Lehbib Lebsir.
Imagenes: Hasana Sidi Albachir.

La temida despedida…

 

Los adioses en un lugar, son la bienvenida en otro.

Despedidas que se hacen eternas y de pronto todo empieza a despejarse. Cuando uno aterriza en los Campamentos en lo último que piensa es en irse, por eso el estar allí el tiempo que sea una semana dos e incluso meses siempre lleva a su temida despedida.

Los días pasan volando, e incluso el primero que tras muchas horas de viaje, uno nunca llega a descansar. Todos pasan a saludar y a dar sus calurosas bienvenidas de largas horas acompañadas del té, y como es habitual, los niños también están allí presentes con su tímida mirada saboreando un caramelo como sí de un gran tesoro se tratara.

Pasan los días, y uno nunca se da cuenta de la llegada del final, siempre quiere más, siempre es el «que bien se está, cuando se está bien». Es increíble.

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Recuerdo con exactitud las palabras de mis padres cuando nos  despedíamos, eran las mismas, exactamente las mismas que  me llevan diciendo desde hace más de una década. Nunca entendí la sensación de «apagón» que se creaba en mí el último día, me incapacitaba hasta para hacer la maleta, hecho que sólo mi madre es capaz de entender, la misma que dos horas antes de partir anda a toda prisa rematando los últimos detalles y llenándome de paciencia y sobre todo de confianza en mi misma.

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El último día se hace eterno, quizás la noche anterior observando las estrellas en el patio de mi casa explicaría bien lo que me esperaría para al día siguiente, pero ni con las tantas veces que lo hice, ni con el «bajón» que se me crea soy capaz de afrontarlo. Es ese silencioso amanecer ese mañana a estas horas  ya estaré en otro sitio, esas desapariciones inexplicables de familiares que de pronto pierdes de vista porque no te quieren despedir para evitar el dolor del adiós, esas comidas con el nudo en la garganta y tragando saliva, intentando hacer un repaso de lo que habría sido una experiencia fantástica como siempre, ese atardecer repentino que de pronto llega y es de hora de marcharse.

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Arranca el coche, y con ello lágrima tras lágrima, el camino de la Jaima al coche que no pasan de ser 2o metros se convierten rápidamente en kilometradas infinitas, esos abrazos, o ese venga ya no te queda nada para volver, esos segundos que solo se escucha el «motor del toyota» que te va a llevar a la Wilaya o al aeropuerto directamente,  o por lo mismo el momento que bajas la ventanilla estiras el brazo como quien no se quiere ir, pero se tiene que ir, ese instante que están toda la familia fuera de casa despidiéndote, o ese que Alah te proteja de mi madre, no lo cambio por nada. «El viaje a los campamentos, es la muestra de amor más sincera» me decía una conocida tras viajar a los Campamentos, suscribo y hago mía su reflexión, porque en donde no hay otra cosa, una muestra de cariño puede ser, un mundo.

Benda Lehbib Lebsir.

Imágenes: Georgia Ninet y Manna.

El Siroco, una tormenta más…

«No es la especie más fuerte la que sobrevive, ni la más inteligente, sino la que responde mejor al cambio». Charles Darwin.

De esos días que de pronto empieza a oscurecer, desaparece rápidamente el sol y empieza a refrescar, algo muy poco habitual en los Campamentos de Refugiados Saharauis. Por lo pronto, todos con la mirada puesta en el cielo, y con ello predecir lo que todos podrían traducir como un cambio repentino e incluso poco esperado.

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Se apresuran a tenerlo todo controlado, y se reparten las tareas para agilizar cuanto antes lo que sería la recogida de todo el material de las casas. Los niños, como siempre jugando, y en la mayoría de los casos observando detenidamente cada detalle y como no, analizándolo en profundidad. A lo largo de la noche, más de una vez, te levanta el ruido de las puertas de la jaima golpeando tan fuerte como si de un fenómeno atmosférico importante se tratara.

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Pero es sólo el siroco, hecho habitual y rutinario en los Campamentos. Es tan rompedor que se aprovecha al máximo, es más se disfruta. Recuerdo la expectación que suponía y con la que miraban los adultos a los niños mientras se limpiaban los ojos de arena.

Es una tormenta más o menos fuerte, dependiendo del momento en el que se produce y de su duración, pero sí que es cierto que es impresionante lo que se crea a su alrededor. Entre todos nos dedicamos a recoger y a tenerlo todo cerrado, a abrigarnos y a taparnos la cara y los ojos; el resultado de una «batalla» casi perdida es que acabamos con arena hasta en la nariz, pero siempre es divertido estar pendiente de los niños, de que entren en casa y sobre todo que se mantengan al alcance de sus padres.

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El siroco va y viene como cualquier otro hecho atmosférico, pero qué sería de un desierto si no hubiese siroco… Esa tormenta de arena que al fin da un poco que hablar entre los componentes de una familia, llamándose unos a otros y manteniendo viva siempre la esperanza de resistir y más que de desistir. Y como bien decía Phillip Bosmans «No puedo en un sólo día cambiar el desierto, pero puedo empezar haciendo un oasis.

Benda Lehbib Lebsir.

Imagenes: Victor Jimenez.

Un día cualquiera…

«Ellos viven en ciudades, viven en el ajetreo de la rutina, la locura de trasladarse al trabajo. La locura de volver del trabajo. El tráfico. La congestión. Están atrapados en eso. Yo me he librado» (Philip Roth)

El invierno en los Campamentos de Refugiados Saharauis no es en absoluto una estación fría. Está la familia (los que están porque lo raro es que estén todos). Están los vecinos, los amigos y por supuesto la rutina de ir al colegio. Los días pasan volando, sobre todo cuando todo gira en la misma dirección, cuando siempre se hace lo mismo y lo curioso es que uno nunca se imagina que pueda haber un mundo con otra realidad distinta a la tuya.

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Recuerdo las muchas veces que mi días eran la misma rutina: levantarme temprano para ir a las clases del Corán, volver a casa salir corriendo a la escuela. Pasaba toda la mañana entre aquellas aulas de adobe, con un cuaderno con el que ya habían estudiado mis hermanas mayores, y por supuesto frente a mí un maestro que intentaba hacer la jornada lo más amena posible.

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Había días que iba desayunada, desayuno que consistía en un vaso de té acompañado de un trozo de pan, y otros muchos que iba en ayunas. Me peinaba mi madre y rápidamente cogía la mochila y según el día, también me tocaba llevar una escoba para, al finalizar la jornada, barrer la clase. Era nuestro trabajo, si la manchábamos o se manchaba sola -porque se tenía que manchar con arena y polvo-, éramos los alumnos los encargados de limpiarla y mantenerla siempre ordenada.

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Volvía a casa y las tardes sí que eran algo más largas, más intensas. Todo giraba alrededor de los deberes que tenía que hacer, y por supuesto ir a llevar la comida a mis cabras. Ver la puesta del sol desde aquella pequeña montaña y sobre todo apreciar aquel polvo tan especial que sólo en Smara se podía ver. El movimiento de los coches circulando, las madres apresurándose para preparar la cena, el «Imán» llamando a la oración y alguna que otra representante del barrio llamando al reparto de la comida. Era fascinante.

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Las noches no pasaban desapercibidas para nadie, era el momento perfecto para ver a todos los integrantes de una familia juntos. Nos reuníamos alrededor del «kandra» y con el olor a incienso y aquella tímida luz de mi jaima hacia ver el cúmulo del cansancio tras una jornada intensa. Los días en los Campamentos, sea la estación que sea, siempre es lo mismo. Y como bien decía Paulo Coelho «si piensas que la aventura es peligrosa, prueba la rutina. Es mortal»  

Benda Lehbib Lebsir.

Imágenes: Victor Jimenez.

La constancia es la clave del éxito.

Con orden y tiempo se encuentra el secreto de hacerlo todo, y de hacerlo bien. (Pitágoras)

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Vivir en España tampoco fue fácil. Tener que instalarme en todo; sistema educativo, social, etc. Recuerdo aquel 15 de septiembre cuando entraba en el salón de actos de mi entonces colegio. Había muchos niños y niñas como yo, con la diferencia que ellos sabían el idioma, conocían aquella rutina de inicio de curso e incluso se atrevían a reconocer las caras nuevas, como la mía, que por allí andábamos perdidas.

Es muy diferente venir en verano que estar todo el invierno, lejos de la falta de hábitos de estudio y rutina. Tener que adaptarte a compañeros nuevos, profesores nuevos, aprender otro idioma, todo era digno de estudiar. Mi cara era un verdadero poema, me encontraba desorientada, me sobraba ilusión por acoplarme a aquello cuanto antes pero cada vez que avanzaba me daba más cuenta de lo que cuesta pensar en un idioma y hablar otro totalmente distinto, mi cerebro era un disco duro en el que tenía que intercambiar los USB según en que grupo de gente me encontraba.

Quedarme en España tampoco fue fácil y eso que tenía todo a mi favor, mis padres eran maestros y todos los de mi familia, ponían de su parte para hacer que aquello fuera menos complicado. Si a mis compañeros les era suficiente con dos horas estudiar sociales yo tenía que estudiar cinco. Era una carrera continua. «No importa como se empieza sino como se acaba» decía aquella profesora que me sonreía en los pasillos como diciendo tú puedes y yo creo en ti. Consejos que acoplaba a la perfección a mi novata manera de entender e interpretar cada gesto que veía a mi alrededor.

Fue un año duro y de ello pueden dar fe quienes me rodean, sacaba horas de donde podía y más. No recuerdo exactamente la de veces que repetía el dictado de una lección que mi madre repasaba conmigo o la de noches que me quedaba estudiando biología, intentando descifrar aquellas ecuaciones de logaritmos que sólo veía la complejidad de su poca impotencia en mi día a día. Por otro lado estaba la plástica, !ay la plástica ! la de veces que entregaba mis láminas con tipex y el profesor con una sonrisa como diciendome «estas chapuzas» y yo pensando «ay y si esto fuera arte…? »

Año tras año me fui dando cuenta que nada tiene que ver aquel mundo del que venía con el que me instalé, la rutina se volvió algo más divertida. Y la constancia fue la clave del éxito, está claro. Suscribo aquellas palabras de famoso refrán «quien la sigue la consigue» no importan las dificultades, las barreras nos las ponemos nosotros mismos.

Benda Lehbib Lebsir.

Recordando a Mariam Hassan.

Querida mama, Mariem; Ummi.

Soy yo, mneitik, como tu me decías. Y lo seguiré siendo siempre. Desde que te fuiste, mi cerebro no asimila que te fuiste, solo existe en mi un sentimiento que no soy capaz de explicar con palabras, pero noto un desagradable dolor en el pecho y un fuerte dolor de cabeza constante.

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Mientras pasan los días en casa, y tu no estas, todo es mucho mas raro y vacío. Parece que el olor de humedad de las paredes sea mas intenso, y casi todos los días llueve, igual es que Barcelona también te echa de menos.

Desde que nos dijeron que no durarías mucho, pasó un año. Un largo año de lucha constante por tu parte y por la nuestra, en ningún momento te rendiste y te pido perdón si en algún momento te hicimos sentir que nos hemos rendido, te juro que no fue así. Mi único miedo desde entonces era imaginarme sin ti cerca, y ahora que es así, no logro imaginarlo, porque sigo sintiéndote tan viva que parece real, te lo prometo.

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No te voy a reprochar que te hayas ido, Sabes que, mamá? no se como lo haces pero has logrado que nadie de nosotros se cree aun que ya no estas,siempre pensamos que estas de gira y solo te imaginamos riéndote a carcajadas como lo has hecho siempre, maquillándote y poniéndote tu mejor Melhfa. Que hermosa fuiste siempre , incluso sin maquillaje, y papá te miraba disimuladamente delante de nosotros, como mandándote un piropo con una mirada sin que nos demos cuenta.

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En casa todos siguen haciendo malabares y aprendiendo a vivir sin ti, aunque eso dudo que sea del todo cierto, pero no tendrán mas remedio que acostumbrarse. Y respecto a mi: duermo pensando que estas en la habitación de al lado y que cuando me despierte iré a tu cama a darte un beso como casi todos los días cuando aun estabas aquí. Sin más, intento preguntarle a mi cabeza que siente pero no logro sacar nada y eso significa que sigues aquí tan presente , pero tanto tanto tanto que no parece que te hayas ido nunca.

Madre mía lo que llego a echar cosas de menos: tocar tu mejilla suave, darte un beso por todas partes de la cara hasta que me gritas: pesada! o hacerte un masaje en las manos y reírme de tus arrugas y que tu me digas: ya te llegara. Cambien echo de menos tu mal humor algunas mañanas te lo juro, o cuando haces zammita tan rica y calentita en enero, o que me llames mneiti, mneitu, krayamu, klaibti o cualquier otro mote que se te ocurra para mimarme.

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Te diría tantas cosas que reventaría el teclado, pero prefiero decirte solo algo detalles y los demás sé que permanecen también en tu memoria, De echo no hace falta decirte nada, pero es como si tuviera la necesidad de gritarlo porque no encuentro otra forma de asimilar que no estas. Ya he conseguido escuchar tus canciones sin que me duela, solo me emocionan, pero eso es inevitable. Creo que me he quedado sin inspiración y sin lágrimas esta noche, pero te prometo que cuando tenga ganas de gritar otra vez que te echo de menos, te enviaré mas cartas. Miles de cartas. Es una buena manera de liberar ciertos dolores.

Gracias también por tu coraje, tu manera de luchar, de sensibilizar a la gente con tu música y que así conozcas el Sahara, y que mejor manera que a través de la música.

Gracias, porque a parte de enseñarme que uno nunca debe olvidar su lugar de partida ya que siempre acaba volviendo hacia el, también me has hecho fuerte, tan fuerte como tu o al menos eso espero. Sabes mama, he aprendido que la vida es esto sin mas, lo demás son tragedias que pasan.

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Por ultimo solo me queda decirte que me perdones: se que nadie logra ser el hijo perfecto y yo no iba a serlo tampoco. Pero te juro que he intentando ser perfecta para ti. Perdóname, porque ahora me lamento de todas las tardes que estuve fuera de casa, o las veces que estuve en mi habitación con el móvil o viendo una película, pudiendo abrazarte un poco mas, es absurdo lamentarse de ello, total ya es tarde, pero te juro que si supiera que antes de cumplir los 22 años tu ya no estarías, no me habría despegado de tus brazos ni un segundo… Te recuerdo así, no como la cantante que eres o como te ve la gente desde fuera, si no como mi mami, la que conseguía equilibrarme los chacras con una mirada. Te amo.

Palabras de su hija Agaila.

El viaje de mi Familia a los Campamentos.

La Familia es lo más importante, son tus cimientos, tus raíces, es el único amor incondicional que vas a tener siempre. Johnny Depp.

Siempre me resultó emocionante ver a mi familia española en los Campamentos, ver como se integraban en unas pocas horas a mi dura rutina. Ver como volvían año tras año, siempre con la misma ilusión de conocer mejor mi mundo y de ayudar en todo lo que podían.

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Aún recuerdo, aquel 2001 cuando vine por primera vez a España, a Palencia en concreto, que les intentaba dar consejos de cómo deberían ir, qué deberían llevar; siempre era lo mismo: a mi padre le decía que tenía que ir sí o sí, y tanto que le convencí con aquellas pocas palabras que desde entonces ha ido más de 30 veces; mi madre igual pero antes tenía que ir sabiendo que no había lavadora, que allí la ropa se lavaba a mano y lo que es más chocante que no cualquier ropa valía. La decía siempre «lo blanco no mamá, lo blanco se mancha con la arena».

A mis hermanas también,  las decía que fueran, que lo viesen y que lo íbamos a pasar muy bien jugando con la arena. No sé por qué entonces siempre la arena tenía un valor especial. Mi tío era fácil de convencer porque me habían contando de su ilusión por viajar.

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A los tres meses de volver a los Campamentos, tras un verano inolvidable con ellos, allí les tenía; en aquellos tiempos no había teléfonos, ni tampoco transporte, los medios eran escasos y para hablar con ellos tenía que estar varias horas esperando. Mi mensaje era siempre muy sencillo, «quiero ropa de abrigo y que por favor sea de la que no se mancha, turrón, chocolate y muchos caramelos» sin olvidar cuadernos y lápices; de ahí la anécdota de que siempre tenían que ser lápices puesto que yo he ido estudiando con los cuadernos de mis hermanas mayores que mi madre había estado borrando. Lo mismo iba a pasar con mi hermano, yo le tenía que pasar un cuaderno borrado para que él lo pudiera reutilizar.
Los viajes de la familia española a los Campamentos, era la señal más directa de que se interesaba por mí, que me querían, pero sobre todo que al verano siguiente tenía por seguro de que volvería con ellos. Me pasaba noviembre nerviosa, lo admito, se acercaba su viaje y había que hacer la lista de necesidades, pero quizás la necesidad más primordial era que fueran porque también daba lugar a una semana de descanso en casa con la excusa de acompañar a mi familia visitante a conocer los lugares más emblemáticos de los Campamentos.

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La víspera de su llegada, junto con mis hermanas, me encargaba de ordenar toda la casa, de limpiar una y mil veces para tenerlo todo en orden y sobre todo que yo estuviera guapa para recibirlos.

Llegada la noche en la que anunciaban su llegada, a eso de las 5 o 6 de la mañana, la pasaba siempre despierta, aunque me hacia la dormida. Los nervios siempre me jugaban mala pasada y mi saludo estaba lleno de tartamudeo, no recuerdo si les llegaba a decir hola o buenos días, pero sí recuerdo la inmensa felicidad que suponía para mí su presencia en mi casa.
Eran días de mucha alegría, todos mis amigos se dejaban caer por allí para saludar y para que les diesen unos caramelitos. Pasaban los días y lo más duro era la despedida, la temida despedida a la que nunca me adaptaba. De pronto despertaba y me daba cuenta de que ya se habían ido, tocaba volver a la rutina y esta vez con la certeza de que pronto llegaría el verano y me tocaba otra vez el reencuentro.

Está claro que por mucho tiempo que pase, por muchos viajes de ida y vuelta que haga a los Campamentos, los niños Saharauis vivimos con el caramelo en la boca, con el hasta luego en la lengua y con una sonrisa permanente, gesto que traduzco como «no importa lo que tienes sino a quién tienes a tú lado».

Benda Lehbib Lebsir.

Estudiar en Cuba, tampoco fue fácil…

En momentos de crisis, sólo la imaginación es más importante que el conocimiento. Albert Einsteín

Eran principios de septiembre del año 1977, cuando fuimos a Argelia a estudiar, exactamente a las dos únicas zonas en las que se hablaba español: Ein safra y Muchriya. Justo cuando empezábamos a instalarnos,  desde Cuba le llegó al Frente Polisario un ofrecimiento de un número importante de becas para que estudiasen allí los jóvenes saharauis. Cuba no había reconocido a la RASD, pero sabía perfectamente de la existencia de los Saharauis y de nuestra condición de refugiados.

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Dos eran los objetivos del grupo seleccionado: primero formarse académicamente, y segundo y quizás el más importante que siendo doblemente exiliados, por un lado abandonando nuestra tierra y por otro alejándonos de nuestras familias teníamos la misión de difundir nuestra causa.
Todos jugábamos un único rol, y era representar la causa, un grupo que no éramos ni amigos ni hermanos,  saharauis desconocidos entre nosotros, unos niños todavía. Yo estaba cursando sexto de primaria, y era de los más pequeños a decir verdad. Nos dividían en grupos y en cada uno de ellos las edades eran distintas; los de más edad hacían un poco de hermanos mayores, nos recordaban el que tuviéramos que estudiar, nos preguntaban la tarea, etc.

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En Cuba, estábamos divididos en tres grupos, técnicos de grados medios, universitarios y los que aún estábamos en la fase de secundaria, pero siempre teníamos comunicación entre nosotros. Había un delegado de grupo, que era el que estaba pendiente de todo y de todos, nos ponía al tanto de la información que llegaba de los Campamentos, que entonces por falta de medios era bastante poca, y nos mantenía informados del resto de los grupos. Hacíamos talleres de distintos tipos de cultura, de historia, y sobre todo de celebración de actos conmemorables con el fin de mantener nuestra causa viva.
Cuando llegamos en esos momentos había una profunda crisis económica. Estábamos organizados en dos turnos: mañana y tarde, los que tenían el turno de mañana por la tarde aprovechaban para trabajar en el campo con el fin de favorecer su autonomía económica. Nos enseñaban el uso de utensilios básicos, cosas elementales que servían al menos para tener una experiencia en distintos terrenos.

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Recuerdo que cuando fui, llevaba en mi mochila apenas comida, no tenía dinero, iba en busca de la experiencia, porque la situación en los Campamentos eran más que precarias. Sobrevivíamos a base de arroz con aceite. Y así pasábamos meses e incluso años. Nos prestábamos la poca ropa que teníamos, y para eso teníamos al delegado de grupo que informaba de cualquier necesidad ya sea de cuando nos poníamos malos, o que nos faltara algo, etc. Estábamos muy bien organizados, pero era una organización  que habíamos hecho nosotros mismos.
Teníamos un serio problema con la falta de ropa y de calzado; yo personalmente pasé un año entero con el mismo pantalón, me le ponía todos los días, pero el fin de semana se lo tenía que dejar a un amigo para que éste pudiese salir a la calle; mientras uno salía el otro se quedaba porque nos prestábamos ese único pantalón.

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Nuestro colegio estaba a 45 kilómetros de la ciudad y para coger el bus teníamos que andar 5 kilómetros. Fueron años de mucho sacrificio.

Como decía al principio, cuando nos llevaron a Argelia,  no nos daban clase profesores argelinos sino los propios monitores saharauis que nos habían acompañado desde los Campamentos. El objetivo además de aprender, ya que en 1977 no había escuelas en los Campamentos, era conocer otro mundo.En los campamentos no había nada, los hombres estaban al frente y las mujeres empezaban a construir los primeros hospitales, primeros ayuntamientos, etc.
Dos años después Cuba reconoció a la RASD gracias a nuestra presencia en la isla. Compartíamos todo, éramos una auténtica piña, y gracias a eso pudimos difundir nuestra causa y sobre todo estudiar, aunque lejos de la familia, pero en ocasiones hay que sacrificarse para realmente hacer algo de provecho.

Fdo: un Saharaui que estudió en Cuba.

Benda Lehbib Lebsir.

Imagenes: Jalil Mohamed.

 

4o Años, y ahora qué?

A veces la gente no quiere escuchar la verdad porque no quiere que sus ilusiones se vean destruidas

Federich Nietzsche.

Son 4O años ya y el conflicto sigue. les invito a que piensen qué sería de ustedes 40 años fuera de su casa; que sería de ustedes si de la noche a la mañana, tras siglo y medio de colonialismo, se convierten en moneda de cambio.

Se reúnen tres países, negocian y firman un pacto en el que la moneda de cambio es tu país, los territorios de un pueblo. Un pacto por el que te expulsan de tu casa y lo que menos te imaginas es el altísimo precio que vas a pagar por ello. familias separadas, generaciones perdidas, ancianos que con el paso del tiempo se fueron apagando, mujeres y madres de familias que se han visto obligadas a llevar a cabo tareas como construir escuelas, hospitales, viviendas y todo ello sin dejar de realizar su papel de madres y llevar la organización del hogar.

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los niños por otra parte somos esa generación nacida en el exilio, en el desierto más inhóspito de todos, la hamada argelina, dependiendo completamente de la ayuda humanitaria internacional a causa de la falta de recursos propios; somos esa generación que nos hemos visto obligados a volar, a crecer lejos de los nuestros, somos el cerebro de un mundo en una mochila, el motor de una sociedad que no dejar de avanzar incluso en esas condiciones.

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Somos la generación de la responsabilidad de llevar a cabo lo que en su día comenzaron nuestros abuelos y en su caso padres, que desde bien pequeños se han visto obligados a vivir separados de sus progenitores, separadas las familias por un muro de más de 2000 km, con minas antipersona.

Los que viven al otro lado, el ocupado ilegalmente por Marruecos son la cruz de la moneda. Allí están viviendo la ocupación, los secuestros, las detenciones arbitrarias, las torturas, violaciones, insultos y todo tipo de vejaciones por el único delito de ser saharauis. Pero que orgullo el nuestro!!!

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Insisto, 40 años; yo les invito a pensarlo, a imaginar todo lo que vive el pueblo saharaui que no deja indiferente a nadie, excepto a los políticos, y así es que cuando se trata de estos refugiados estos políticos se giran para hacernos creer que no existen. Y ¿qué mas? No vamos a pararnos a pensar lo que piensan ellos, tenemos motivos suficientes para seguir adelante, aunque de momento los Saharauis no estemos ni en paz ni en guerra, de momento…

Benda Lehbib Lebsir.

Imágenes: Jalil Mohamed (TV-RASD)

Ser maestro en un Campo de Refugiados.

La función de la educación es enseñar a pensar intensa y críticamente. Formar inteligencia y carácter, esa es la meta de la verdadera educación.

Martin Luther King

Es tan curioso como real, vengo de un sistema educativo totalmente ordenado y desordenado al mismo tiempo, en el que me han dado clase maestros que no lo eran. En el campamento de Refugiados de Tinduf, cuando se asentaron hace 40 años, la educación era el arma más poderosa, entendiendo tal cual el mensaje de Nelson Mandela de que hay que educar para ser personas.

Así, profesores sin experiencia en el terreno educativo se lanzaron a dar clase como quien va a una guerra sin armamento, con el fin de tener un buen resultado y con el objetivo de inculcar la experiencia para hacer de esas personas un ser íntegro en su sociedad. Como digo anteriormente, me han dado clase maestros que simplemente leían la lección, e incluso a veces ni eso, nos la mandaban leer a nosotros y nos corregían de vez en cuando y con ello daban por realizada su clase.

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Por otro lado los castigos. Su afán era castigar por enseñar y no se si la última juega bien con la primera o no, pero la disciplina estaba bien servida entre los alumnos. Como todo y en todos los lados, había maestros simpáticos, rectos, altos, bajos, vocacionales … de todo como en todos los sitios.

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No es fácil ser maestro en un Campo de Refugiados, no es fácil dar sin tener, ni tampoco es fácil preparar a una generación que el día de mañana te «eche en cara» su éxito o derrota en el ámbito escolar. No es fácil madrugar y andar en ocasiones kilómetros teniendo la carga de corresponder sin tener ningún beneficio personal, no es fácil ponerse frente a 35 alumnos o más, porque allí no hay ratio de tope de alumnos en un aula, y situarles en la realidad con sus peculiaridades, problemas, etc. No es fácil, no.

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A veces, y desde aquí lo digo, no es fácil venir de un sistema totalmente «desnudo» de recursos e instalarte en otro y lo que es más complicado: ser brillante. Pero es un orgullo estar a caballo entre dos mundos y volver aunque sea en un camello, para ser profesora en un sistema semidesnudo… Porque vamos avanzando, incluso en el campamento de Refugiados.

Benda Lehbib Lebsir.

Imágenes: Carlos Cristobal.

Reconstruir no lo es todo, no…

Reconstruir no lo es todo,no,  mientras la fe en conseguir nuestro objetivo siga siendo la guía primordial.

Cierto es que ha llovido catastróficamente en los Campamentos de Refugiados Saharauis de Tinduf, que la consecuencia es que miles de familias afectadas se han quedado sin lo poco, casi nada, que tenían; es cierto que de la noche a la mañana aquél pequeño refugio que durante 40 años los mismos saharauis habían ido construyendo se ha visto convertido en escombros, dejando sólo la huella desoladora de que allí vivían miles de familias.

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Es cierto que las condiciones siempre han sido muy precarias, que todo se reduce a un mínimo de materiales y de productos de primera necesidad, pero también es cierto que allí  en el desierto más inhóspito, los Saharauis  han dado vida a 40 años de resistencia, de sacrificio, de lucha, y sobre todo de inconformismo; aquel territorio que ni siquiera quienes nos lo prestaron daban crédito de que en él pudiera crecer tanta vida, que de la nada hayan hecho «su mundo» sin estar en su mundo. Todo una lección.

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Reconstruir no es fácil, en realidad creo que es lo más difícil que hay, y más cuando la prioridad pasa a ser necesidades tan básicas como dar de comer a tu familia, o simplemente tener un techo bajo el que acostarles y verles crecer. Reconstruir es difícil, es complicadísimo y más cuando las condiciones no lo favorecen, sobre todo cuando todo lo que has avanzado en 40 años se convierte sólo en un «dulce o amargo» recuerdo, es difícil, complicadísimo, cuando ves que tus vecinos pasan las noche contando las horas que quedan para el amanecer porque no tienen una manta con que taparse, es complicadísimo cuando ves que una jaima de poco menos de 40 m2 acoge a tanta gente para tanto tiempo…

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Y lo que es más sorprendente aún es que nunca se quejan de ello, todo lo contrario, comparten lo muy poco que tienen y eso sí que es una gran lección. Les he visto pasarlo mal, muy mal, y allí estaba jugando su papel la solidaridad entre ellos mismos, el compartir, y sobre todo la colaboración para reconstruir.

Esta vez, desde la lejanía física que la distancia me imposibilita a vivir con ellos esta catástrofe, qué no daría yo por ayudarles, aunque sólo sea testimonialmente, y tener esa sobredosis de resistencia de la que tanto caracteriza a mi pueblo. Desde aquí envío mi voz: Sahara resiste!!

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Porque reconstruir no es fácil, no, pero mientras la fe de volver a nuestra tierra siga estando intacta, superaremos esta catástrofe y nos hará más fuertes en la lucha por nuestra libertad.

Benda Lehbib Lebsir.

12 de Octubre, mucho que celebrar.

Me han contando muchas anécdotas, muchas historias, relatos y experiencias, en definitiva mil vivencias, y de todas ellas me quedo con el día Nacional Saharaui.

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El 12 de octubre, día de la unión, de la esperanza puesta en práctica, de la lucha constante y por supuesto de la resistencia. Miles son los niños que hoy desfilan en varias «Wilayas» para conmemorar este día tan señalado para los Saharauis, para hacer llegar su grito a través de canciones que ellos mismos han ensayado a lo largo de estos últimos días, voces llamando a las palomas de la paz. Y unas madres que gritan su presencia en el desierto más inhóspito, ancianos que aplauden la labor y el sacrificio realizado a lo largo de cuatro décadas… Es la unión, es la unión del pueblo Saharaui.

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Recuerdo con nostalgia y emoción cada momento de este día, como si fuera ayer mismo; cómo pasábamos días y días en la «madrasa» o escuela desfilando con trajes tradicionales, e incluso militares, una y mil veces en el patio, hasta casi perfeccionarlo. Perfección también,  la de los cientos de militares que se trasladan desde sus bases en los Territorios Liberados a los Campamentos para desfilar, para demostrar su valía al frente, para emocionar a cada uno de los allí presentes, aunque sólo sea con dos pases, con el himno y la bandera bien alzada. Es emoción en estado puro.

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Emoción y sí  la de esas madres que se empujan unas a otras para ponerse en primera fila, para apoyar y animar a sus pequeños hijos como si de profesionales se tratara, pero no, sólo son unos pequeños embajadores que cargan con una responsabilidad: la de seguir sus pasos. Llevan en la mochila miles de consejos, cientos de «hay que seguir, hasta conseguir», conseguir la libertad por supuesto.

Esos niños,  son el claro ejemplo de la unión de un pueblo que no deja de escribir su historia con tinta de sangre, la de los miles de mártires que llevo en mi memoria con nombres y apellidos, aquellos que dieron su vida para que hoy esta unión sea reconocida por más de 90 países.

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El 12 de octubre es eso: unión, historia, sentimientos y vivencias, porque donde hay unión, la fuerza es cada vez mayor para conseguir nuestro objetivo: Libertad para el Sahara Occidental.

Benda Lehbib Lebsir.

Imagenes: Jalil Mohamed (TV-RASD)

Mabruk al-id. Feliz día de pascua.

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La distancia es dura y a veces incomprensible. Días como hoy uno querría aterrizar en mitad de las jaimas de su familia, en donde días antes habían estado de preparativos.

Es el «cordero» «id aldha» y se celebra por todo lo alto. Por un lado están las compras de la ropa que se estrenará hoy, y eso conlleva ir al zoco una y mil veces, mirar, remirar, llevarlo a casa y descambiar, en definitiva es el ambiente que se crea y que por mi parte envidio a quien hoy lo puede contemplar.

Por otro lado, el cordero que la familia va a sacrificar; ese que la noche anterior la pasó chillando en el patio mientras despierta la inquietud de los niños deseando estrenar su nueva vestimenta, mientras los adultos unos se afeitan, otros se colocan la daraf y la melhfa y ahora sí,  todos guapos y arreglados toca ir a rezar. El olor a incienso se vuelve cada más dulce, se respira paz, tranquilidad, y sobre todo fraternidad entre los miembros de la familia y los vecinos que por allí se pasan para intercambiar saludos y buenos deseos. La wilaya es el punto clave para unir a hombres, mujeres, ancianos e incluso niños para seguir las oraciones que un Imán va  a recitar, no recuerdo exactamente la cantidad de personas que allí podían verse y reencontrarse, pero si recuerdo el contagio de alegría que por allí se respiraba.

La vuelta de los rezos, se convierte en un  largo camino,  con paradas entre medias para seguir saludándose y felicitándose unos a otros,  y una vez reunida toda la familia, ahora sí,   toca disfrutar de una rica comida y  a decir verdad, la compañía es quien da la nota de una fiesta que, aunque este físicamente lejos, contemplo como si estuviera allí mismo. Recuerdo cada detalle de ese día, aún siendo mi última vez hace más de 9 años, lo recuerdo con nostalgia, con alegría y sobre todo con emoción. Es un día especial, un día al año en el que se dejan atrás los rencores y se estrechan las manos porque donde reina la paz, el amor está servido.

Benda Lehbib Lebsir.

Imagen: Jalil Mohamed.

No es un hasta luego, sino un hasta dentro de 9 meses…

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Siempre me lo han dicho, hay que aprender a decir hasta luego y nunca un adiós. Y así es. Los niños Saharauis vivimos con esa lección, verano tras verano nos convencíamos durante todo un año para un verano inolvidable, una experiencia que durante los siguientes nueves meses no dejamos de saborear y recordar para que todo pase volando y volver a aterrizar en eso, en un hasta luego.

Recuerdo, cómo no, mis siete veranos dentro del programa Vacaciones en paz, de cómo por primavera vez aquella niña de 7 años aterrizaba en Madrid, después de un viaje infinito, lleno de emociones, y sobre todo de cansancio, pero aquello era lo de menos. Para por fin llegar a Palencia, qué bonita y distinta me parecía, empezando por las fuentes de agua hasta por cada esquina, cada parque, y de ello las farolas y las baldosas de la plaza dan fe, de las tantas horas que pasé allí y que nunca me cansaba de ello.

Al igual que recuerdo mis manguitos amarillos de «pokemon»; y cómo no recordar las veces que mis padres me preguntaban por mi familia Saharaui y les escribía un listado con la intención de llevar regalos a todos sin olvidar que el mejor regalo era un caramelo. Aquello era un mundo. Tampoco,  me olvido de las tantas veces que los nervios por captarlo todo me invadían mil veces antes de emprender mi viaje de vuelta a casa, y de querer contarlo todo. Pero todo empezaba en el mismo aeropuerto, cuando se daba nuestro reencuentro, incluso sin ser mis amigos, pero sí conocidos, nos abrazábamos y empezábamos a contarlo todo desde el primer día hasta lo que llevamos en la maleta con la excepción del gran secreto dónde tenemos cosido el dinero, aquello era el misterio del viaje.

El viaje se hacía bastante ameno, aunque sí lleno de contrastes emocionales. La pena de ir y las ganas de llegar y hacerles partícipes de un verano inolvidable. Una vez que llegamos, al día siguiente por la mañana, nos concentraban en un colegio donde la noche anterior nos habían dejado para recoger el equipaje. Ahora sí, el álbum era fácil de abrir y difícil de cerrar por tantos momentos en tan poco tiempo. Con el sabor en la boca de volver a revivir la experiencia un verano más. Esto no es un hasta luego, sino un hasta dentro de tan sólo nueve meses.

Benda Lehbib Lebsir.

Imagen: Angela Carrillo.

El VEP, según mi madre.

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El proyecto vacaciones en Paz es un proyecto de todos y entre todos. Y es ahí donde está su éxito.

Los niños aterrizan en un mundo totalmente nuevo para ellos, donde desconocen todo, cultura, idioma, familia y sobre todo quién será su familia. Mientras tanto, la familia biológica confiamos en nuestros pequeños embajadores, en nuestra educación durante mucho tiempo y en que nos representarán con dignidad y orgullo a familia y causa, y que allá donde vayan serán hijos del bien, haciendo bien a la familia que por su parte les acoge incondicionalmente, les presta su cariño, su casa y sobre todo su tiempo y dedicación, que me consta que lo hacen de la mejor manera posible.

Todos mis hijos, menos la pequeña, han tenido la suerte de participar en este proyecto a lo largo de su vida, unos más tiempo que otros, y las familias acogedoras por su parte siempre han respondiendo. Y se agradece.

Para esta experiencia los pequeños se preparan durante todo el año, mientras nosotros, los padres, durante mucho más tiempo. Es tiempo de volar, de crecer y conocer, de explorar, en definitiva de ir. Es su momento, es su oportunidad de vender su causa, de disfrutar y, sobre todo, de salir de los 50 grados de su rutina diaria y tener la posibilidad de disfrutar de un chequeo médico ya que los recursos de su día a día no lo permiten.

Como madre, he vivido esta experiencia mil veces, sé de las tantas veces que he ido a las 3 de la tarde cuando caía un sol de justicia, agarrando de la mano a mis hijos y aconsejándoles mientras les tiembla el pulso de los nervios, de la emoción y de cumplir con su responsabilidad, del «pórtate bien, y haz lo que debes» la frase que tantas veces he repetido y que tan bien tienen asimilada, o eso creo. También,  sé de las tantas veces que hemos recogido todo a última hora, comido rápido e ido corriendo porque ya era la hora de colocarse en la fila para coger el camión o el bus para irse; o de las tantísimas veces que con un trozo de melhfa he tapado una botella de agua para que conserve al menos esa temperatura y puedan tener agua hasta que lleguen a Tindouf y emprender su largo viaje.

También, sé de las veces que he esperado inquieta la llamada de mis hijos y saber así que han llegado bien, que la familia en la que delego mi papel de madre es la que le corresponde, cosa que tampoco pongo en duda, y la cantidad de veces que he esperado emocionada, tanto o más de cuando se van en la daira a altas horas de la mañana y ver como bajan mis hijos de aquel autobús, a veces con luces o sin ellas, pero la luz en ese momento es la sonrisa de mis hijos, tenerlos de vuelta es el éxito del proyecto.

Sin olvidar que desde aquí sólo me queda dar las gracias a todas esas madres que están cuidando de nuestros pequeños, desde aquí gracias por hacer de su verano un recuerdo inmejorable.

Palabras de mi madre.

Benda Lehbib Lebsir.

Imagen: Victor Jimenez.

El vacaciones en Paz en los Campamentos.

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He hablado del programa Vacaciones en paz cientos de veces, también de los que estudiamos en España pero tenemos la posibilidad de pasar el verano en los campamentos con nuestras familias; y qué me decís de los que no van a España? de los que no pierden la ilusión ni siquiera teniendo la certeza de que su rutina, al menos a corto plazo, va seguir siendo la misma ?: despertar, desayunar, si es que es posible, y preparase para pasar un día caluroso buscando la sombra para ver pasar el tiempo como si de nada valioso se tratara… Los hay, y muchos por desgracia.

Son los niños del verano y del invierno, los embajadores de su causa en su casa. Les he visto esta misma mañana, igual que ayer y antes de ayer, les he visto esperar a que salga el sol, y pasar de la sombra de su jaima jugando las canicas a la sombra de la cocina mientras saborean un helado “made in campamentos”. De esos helados caseros que minimizan las temperaturas y su dulce sonrisa indica de todo menos amargura. Que alegría verles, de verdad.

Ahí les he visto llevar la comida a sus cabras, mientras las llaman, y que listas éstas que entienden su jerga, no les contestan pero obedecen y rápidamente acceden a su llamada. También he visto a esos mismos niños a las tantas de la madrugada jugar al futbol, buscando la luz de la luna, descalzos, qué novedad verdad? Son de lo más atrevido y por si fuera poco, que no lo es, esos niños duermen muy de vez en cuando; incluso ves a alguno a las dos de la tarde correr entre jaimas; a estos niños que no han ido nunca a España no les puede sorprender ese cambio en nuestras vidas puesto que ni lo conocen ni han tenido la suerte de gozar de ello, pero y yo me pregunto hasta cuándo?

Mientras sigo con mis mil preguntas retóricas, que no soy capaz de responder, yo les observo y aprendo y les envidio. Su sencillez es transparente, gozan de una felicidad que ni todo lo material existente es capaz de traspasar. Es increíble. Los niños todoterreno existen, les conozco de carne y hueso, nombres y apellidos, estoy conviviendo con ellos y qué suerte la mía.

Desde aquí, desde los campamentos, todo cambia y todo sigue igual Van o no dos meses conocen otro mundo, saborean otra cultura y otras costumbres sin perder de vista que a su vuelta todo sigue igual, su rutina sigue siendo la misma. Solo recordar a  aquéllos que están disfrutando del Vacaciones en paz que lo aprovechen, que lo disfruten, pero aquí también viven su Vacaciones en paz, a su manera y con sus adaptadas condiciones. Digo, su rutina de todo el año.

Benda Lehbib Lebsir.

Imagen: Victor Jimenez.

El reencuentro, tras nueve meses fuera de casa.

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El reencuentro con mi madre era el momento esperado del año.
Después de nueve meses estudiando duro, en otro idioma, otras costumbres, otro mundo en el que cada vez estoy más integrada, sin olvidar del donde vengo, llega el momento de volver a casa. Una vez leí que un buscador no es aquél que siempre busca algo, ni si quiera el que encuentra aquello que en un principio buscaba, sino el que siempre sigue, y nunca se cae, el que no abandona sus logros y que de vez en cuando mira atrás y corre mil pasos por delante… Ese es el espíritu de todos los que estudiamos lejos de nuestras madres, qué valor el suyo !. Yo personalmente no sé si aguantaría, es de admirar.
Nueve meses y todos tus hijos lejos, a cientos de kilómetros, separados por tierra y mar y con un cielo en común y la mítica frase de mi madre «por fin, este año un día al menos os tengo a todos juntos». Me deja de piedra. Pero siempre llega el esperado reencuentro. Siempre.
Os confieso que desde el día uno que empiezo mis estudios, el día que cargo mi mochila, siempre pienso en ese momento, en volver a ver a mi madre y con ella ser feliz. Ella se lo merece. Son muchas horas de viaje, a veces más de 48 horas, como va ser el caso de este año, pero es llegar a Argel y todos pendientes del teléfono, de llamar: «ya estamos en Argel», y volver a llamar, mirar la agenda y avisar a todos los números de los Campamentos de que estás cerca, de que en cuestión de horas les ves, y es esa inmenso sentimiento de felicidad que ahora mismo no sé explicar en toda su dimensión. Van pasando las horas y los minutos, en el aeropuerto son siglos de infinidad incontable, y por fin, cuando empiezas a facturar vía Tinduf es cuando ese cansancio de tantas horas se vuele «gusanito» en el estómago y todo vuelve a empezar.
Ahora sí, son sólo unos minutos. Pero cuando crees que todo está resuelto, llegar a Tinduf se convierte en una odisea… Qué larga espera la de las maletas, no lo quiero ni pensar. Miras por un lado por otro, arrastras las maletas con carro o sin él, y cuando ves a tú padre con su turbante verde, te das cuenta de que ya casi estás en casa.
Es mi momento, es su momento, vamos charlando poniéndonos al día, aunque hablo yo más que él, y mientras voy apreciando el amanecer el camino de Tinduf a Smara pasa en milésimas de segundos, que curioso verdad? Ya estoy en Smara y ahora sí con toda la familia… Hay momentos que aunque os quiera contar es imposible, me guardo las emociones…mi reencuentro con mi familia está a la otra esquina.
Benda Lehbib Lebsir.
Imagen: Carlos Cristobal.

La hospitalidad en un hospital Saharaui…

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Los hospitales en los Campamentos son lo menos parecido a un Hospital convencional. Son el lugar donde la «hospitalidad» es la base, es la cura de cualquier enfermedad. Y cuando hablo de hospitalidad me refiero al contacto y la empatía entre los propios enfermos y sus acompañantes.

Muchas veces me he preguntando, porqué un lugar con tan pocos recursos da tanto de sí? No logro encontrar la respuesta pero sí intento descifrar cada una de aquellas situaciones, y es ahí donde está el origen «allí no florecen flores, allí florecen personas», cada día más convencida de ello.

Mi madre, aún sabiendo la escasez de recursos, aquella noche de no sé exactamente qué mes, pero sí que yo apenas rozaba los cinco años, llena de esperanza me llevó al Hospital de Smara, mi Wilaya, a causa de la alta fiebre que tenía. Me diagnosticaron «bocio», todo un mundo en ese mundo tan peculiar por llamarlo de una manera. No recuerdo si había dos o tres habitaciones, tampoco podían ser más, pero sí había mucha ilusión por parte de quienes ejercían de «médicos» por atenderme de la mejor manera, a pesar de la escasez de medicamentos y multitud de casos tan graves como el mío. Recuerdo ver a mi madre llorando a mares cuando me veía la cara hinchada, al igual que recuerdo otra madre decir «échala agua con azúcar, el famoso azúcar de piedra que sólo he visto en los Campamentos», eso es «agandi» sentenció aquella mujer. Agandi, es una enfermedad que sólo padecen los Saharauis, sus síntomas solían ser fiebre, o hinchazones e incluso sarpullidos de granos… No entiendo de medicina y creo que aquella mujer tampoco, pero su absoluta seguridad ante aquella situación hacía que diéramos por hecho que era eso.

Increíble, tan increíble como cierto. Así es, los hospitales en los Campamentos son lugares en los que la confianza, a falta de medios, cura; los médicos diagnostican, y cuando te tienen que recetar las medicinas que van a curarte, lo más duro para ellos es el momento de mirar los cajones y ver que sólo disponen de una venda y a veces con suerte puede acompañar un iboprofeno.

Esa es la «hospitalidad» de la que hablo, no son los recursos los que curan las enfermedades sino la compañía, la sencillez y por supuesto la empatía de quien sin tener nada, es capaz de enfermar por ti, para que tú enfermedad sea más leve de lo que es. Allí, como decía, florecen las personas.

Benda Lehbib Lebsir.

Imagen: Victor Jimenez.

¿Por qué lloran los niños del V.E.P?

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Por qué los niños del Vacaciones en Paz lloran si están deseando venir, si estamos deseando verles? Muchas veces me han hecho la misma pregunta, y desde mi propia experiencia les digo que los niños lloran porque sí. Porque son niños, pequeños o grandes y porque sí. Insisto en el Porque Sí con mayúsculas, y lo explico a continuación.

Son niños, vienen de un viaje de muchas horas, de mucho estrés e incertidumbre, del pensar quién será mi familia, cómo será y de dónde será? Preguntas que ni siquiera viniendo una vez son capaces de responder…Todo es cuestión de tiempo, de adaptación y un poco de conocimiento de la situación del niño. Y no todo queda allí… Os habéis imaginado como padres o madres que un día vuestro hijo con tan solo 7 años se marchara dos meses a un mundo totalmente desconocido para él y para vosotros ? Me pongo en su lugar y es digno de admiración.

Os habéis imaginado vosotros mismos con 7 años, que os montan en un avión, aterrizáis en otro «planeta», (nunca mejor dicho pues tal es la diferencia que se encuentran) y te crees que todo va a ir bien… cuando la realidad es que no sabes ni decir hola ?. Os lo habéis imaginado ?. Os imagináis salir de los 52 grados de un día para otro y aterrizar en un lugar con temperaturas frías, de paisajes verdes, cosa totalmente desconocida para el niño ? Os imagináis el choque que es ver tanta agua que intentas tapar con la mano un grifo abierto para que no se desperdicie e incluso tienen fuentes, piscinas y por si fuera poco grandes dimensiones que uno contempla como si fuera el paraíso, la playa ? Os habéis imaginado salir a la calle asfaltada y con aceras y ver tantos edificios, vestimentas distintas, comidas diferentes y por supuesto gestos de afecto totalmente novedosos para el niño «el famoso papá-mamá» entre miembros de la misma familia ?.

Os habéis imaginado que de dormir siempre en el suelo de repente te despiertas y estás en una cama y ya no digo si es una litera ?… En fin, yo me imagino esas situaciones, me pongo en el lugar de esos niños y de sus madres por supuesto. Y justifico el que lloren, al igual que desde aquí brindo por las familias que acogen a los niños y respetan todo eso… Más que nada para una convivencia exitosa.

Benda Lehbib Lebsir.

El jugar sin juguetes en un campo de Refugiados.

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Mi primer juguete le tuve con 7 años de edad, una muñeca que solo verla me daba hasta miedo.

Los niños en los campamentos de refugiados son felices. Son felices a pesar de la escasez de material de juego; su rutina diaria les ha dado la lección del convivir detrás de un balón, descalzos siempre, donde solo dejan ver el polvo de una atardecer que indica que por allí han jugado un partido de fútbol.

Son felices porque con una rueda de coche hacen carreras, les he visto picarse detrás de esas ruedas, unos agarrados a otros y van corriendo como si no tuviesen mañana. Les he visto felices en el mejor columpio, el monumento a la humanidad en la Wilaya de Smara, cuatro palos dos sacos agarrados de una cuerdas y allí, yo misma, me he tirado mis horas.

Les he visto felices en el reparto de la comida en Lidara esperando a que acabasen sus mamás para ayudarlas a recoger. Les he visto felices con dos latas de aceite y un palo entremedias y era el mejor coche que recuerdo haber visto jamás. Les he visto felices, muy felices. Nunca he visto un niño saharaui en los campamentos con un iPad, ni con un juguete con mando a distancia ni tampoco con vidioconsola, y no las menosprecio, simplemente que no todo gira alrededor de lo material, hay más que eso. Estoy segura.

Les he visto con una bicicleta y montados dos y un tercero detrás corriendo como si de una vuelta ciclista se tratara, les he visto felices incluso jugando a las canicas e incluso escondiéndose en un pozo. Son felices a su manera, sí. Esa sencillez, ese conformismo que desde aquí no entendemos, existe

Benda Lehbib Lebsir.

Imagen: Victor Jimenez.

20 Mayo, lejos de caer en el olvido… Cada vez más presente.

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20 de mayo. Fecha para reflexionar. Un pueblo sigue dividido, familias separadas y lo que es peor, generaciones de misma familia desconocidas entre sí. Y ese es mi caso.

Es un día importante por varios motivos, de alegría y de tristeza también, día en el que me traslado de nuevo a los campamentos para recordar las veces que preparábamos y ensayábamos (una y mil veces) los actos que se celebrarán hoy en varios puntos de las «Wilayas». Eran días de tensión.

los niños entre exámenes finales y el cercano «vacaciones en paz» nos motivábamos, nos vestíamos con la tradicional «Dara» de distintos colores y multitud de banderas para conmemorar este día. Eran días de alegría como digo: un pueblo en un lugar desconocido, se permitía el lujo de gritar, de llamar la atención y reivindicar su existencia. Con mucho que celebrar, celebrábamos principalmente que desde 1973, tal día como hoy, el entonces Frente Polisario de los jóvenes revolucionarios iniciaba acciones para recuperar su territorio ocupado por la España colonial.

Celebrábamos el inicio de la lucha pacífica, y por supuesto dábamos voz a la resistencia de un pueblo que, a día de hoy, no pierde la esperanza que le mantiene en la lucha cuatro décadas después. Los niños, como bien dice el refrán «éramos los pequeños grandes embajadores» íbamos a la «madrasa» o colegio y allí ensayábamos el desfile que ese 20 de mayo iban a supervisar delegaciones internacionales acompañadas por altos cargos del Polisario. Se montaban las jaimas tradicionales, esas que son negras por fuera y por dentro llamaba la atención el colorido impactante de las distintas telas que la servían de cortinas, de la cantidad de material tradicional que las mujeres de cada Daira habían coleccionado a lo largo de meses. Era fascinante.

Fascinante era también,  ver a las mujeres, y se las distinguía a kilómetros, cuentas de melhfas de distintos colores que a través de las cuales se apreciaba perfectamente el cansancio de un día lleno de emociones, siempre acompañando con su «grito» peculiar que daba la nota a los actos. Lo que no permitía que pasasen desapercibidas, todo lo contrario. Hacía que el acto fuese más emotivo aún.

Recuerdo con exactitud mi último 20 de mayo en los campamentos, se celebraba en mi wilaya Smara, todas las wilayas habían acudido al evento. Esa mañana no paraban de llegar camiones con niños de mi edad y sus respectivas madres, maestras,etc. Cada wilaya vestía de un color para podernos identificar, la mía íbamos con traje militar. No recuerdo la hora exacta del comienzo de aquel acto, pero lo que sí recuerdo, y bien, era ver las cubas de agua mojando el terreno por donde íbamos a desfilar; no eran alfombras rojas de película, no, era la alfombra de la ilusión.

Al igual que recuerdo oír el himno y ver tantas mujeres llorando, también niños, de la emoción; sensaciones que ni escribiendo estos recuerdos puedo olvidarme de aquel sentimiento que me sigue conmoviendo profundamente. Cantábamos la canción que habíamos ensayado, y desfilábamos como si fuéramos militares profesionales, haciendo pasos de los mismos, y de refilón recuerdo ver las lágrimas de mi madre que me llamaba para que la mirase, y tal era la concentración que ni de eso me percataba. Increíble, el único objetivo era darnos a conocer, demostrar a aquellas delegaciones internacionales que seguíamos vivos y que ni el tiempo era capaz de borrar un 20 de mayo.

Salvando las distancias y con envidia daría lo que fuese por estar hoy allí, no desfilaría, no. Simplemente me dedicaría a contemplar todo lo que cuento desde otra perspectiva.

Benda Lehbib Lebsir.

Imagen: Victor Jimenez.

Ir de «marcha» en pleno desierto…

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Claro que algo me quedaba por recordar. Qué decir de «Rahla» o por lo mismo «marcha» o  excursión a las dunas, nada que envidiar a las salidas al campo, las mañanas de invierno colocando entre coches esterillas para hacer un refugio y poderse resguardar en él.

Un día en las dunas con la familia es sinónimo de alegría, de romper con la rutina, de dar de comer a la cabras altas horas de la mañana y dejar todo recogido para pasar una mañana diferente. Y Qué decir de la comida en las dunas, y en mi caso, de las tantas caídas que me provocaba la arena una vez que se hundían mis pies. Qué decir del pan de arena de «Mreifisa», aquél plato aún desconocido para cualquier Estrella Michelín y un plato estrella para cualquier Saharaui, pan de arena y salsa de distintos sabores, no era el tiempo de espera, era el té que se hace mientras se cocina, el pincho moruno que se come mientras los niño suben y bajan por las dunas, mientras los adultos comentan alguna que otra anécdota.

No era eso no, era la compañía, la sonrisa de cualquier niño que éste jugando, sin juguetes, simplemente a tirarse unos a otros. Ay «marcha» qué decir del carbón, a veces acompaña y otras tantas no, pero el té se hace, sin importar el con qué pero sí el con quién. Siempre es un buen momento para tomarlo, amargo como la vida,  dulce como el amor y suave, suave, muy suave el momento, y no de la muerte sino el de la despedida, el del atardecer, tardes de invierno cortas, que por un lado te deja apreciar la caída del sol y por otro el «hola» de una noche que viene cargada de estrellas, y si la luna acompaña, el desierto entonces se convierte en el hotel de las mil estrellas. Quién no ha ido de «marcha», quién no se ha tirado por las dunas mil y una vez, quién no ha probado ese dulce momento y suave recuerdo de volver a caer, levantarse y seguir el camino. Ese es el espíritu, no sé si el de ir un día de marcha en pleno desierto, sino el de ser Saharaui. Claro que algo me quedaba por recordar, ir de marcha de vez en cuando es volver a tus orígenes, aunque estés a miles de kilómetros. Basta con contarlo y poderlo recordar.

Benda Lehbib Lebsir.

Imagen: Carlos Cristobal.

Yo también fui niña del Vacaciones En Paz.

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Yo también fui niña del Programa Vacaciones en Paz, ese programa que trae a España miles de niños y niñas saharauis durante los dos meses de verano a conocer, a experimentar y sobre todo a iniciarse en un mundo totalmente desconocido. Todo empezó cuando mis dos hermanas mayores venían a España, ellas me contaban su experiencia con los ojos totalmente abiertos y es cuando quise ser mayor, llegar a los 7 años cuanto antes y poder compartirlo yo también. En febrero nos solían hacer la foto individual en la «Madrasa» o colegio, que meses más tarde se convertiría en un pasaporte colectivo, lo cual facilitaría nuestro traslado desde los campamentos a España durante los dos meses de verano.

Llegó mi momento y recuerdo que tenía exactamente 6 años, puesto que hacía 7 en septiembre, cuando dijeron mi nombre y rápidamente me coloqué el pelo, sonreí entre los nervios y la mirada impactante de quienes me rodeaban y que estaban igual o más nerviosos que yo. No volví a ver a aquellos señores que me hicieron la foto y me dieron un número de un documento de identificación. Y ya en mayo nos llamaron en la Daira, o por lo mismo Lidara, en donde habían colgado unas listas con nuestros nombres, comunidad autónoma a la que íbamos a ir y nuestro número de pasaporte.

Todo se acercaba y cada vez los nervios aumentaban más, lo reconozco. Volví corriendo a casa y apunté mi pasaporte en la pared, que por cierto allí sigue a día de hoy. Era una cicatriz abierta, una ilusión, una herida de recuerdo. Con 6 años me iba a ir y no sabía dónde iba a aterrizar…

Llegó junio y como de costumbre empezaron a llamar por la radio desde altas horas de la mañana a todos los pasaportes que les tocaba ir a lo largo de ese día, no sé si era mi buena o mala suerte pero el mío nunca le llamaban, pasaban los días y yo seguía con la misma esperanza. Por fin, en la segunda quincena de julio, cuando ya no me esperaba ningún vuelo, volvieron mis nervios y ahora sí que sí. Era un día caluroso, el silencio impactaba, me tocaba estar a las 4 de la tarde en mi Madrasa «Castilla la Mancha» , escuela que corresponde a todos los niños de Smara como punto de concentración, para iniciar el viaje hacia el aeropuerto.

Mi familia se repartieron los deberes, mi madre por su parte se levantó, mandó a mis hermanas comprarme algunos detallitos que traería a mi familia de acogida y mi padre escribirles una carta donde les hablaba de toda la familia y sobre todo de mi. Llegó el momento y la temida despedida, era un «vuela hija, es tú momento y no defraudes». Nunca había salido de mi casa, y tenía que comportarme como es debido, agarré mi mochila como un tesoro y no pegué ojo, es más ese viaje duró tanto que se me pasó volando, detallaría cada momento de aquello pero me quedo con la sonrisa de mi familia de acogida, los brazos abiertos y cómo no, la casa también.

Nos conocimos, lloré como es lógico y de repente me acordé de los regalitos y rápidamente empecé a repartirlos entre los miembros de mi familia, no recuerdo si les gustaron o no pero sí los abrazos que me dieron; yo entonces era adulta en miniatura, todo era observar, preguntar, y de vez en cuando sonreír.

Sin olvidar mi cara de fascinación al ver una fuente de agua, la playa, la piscina, y tampoco la de mi madre biológica cuando a las 5 de la mañana de un 2 de septiembre aparecí por casa, como si de un sueño me hubiera levantado. Y sí era un sueño, hasta las 8 de la mañana no pegué ojo, y ésta vez contando todas las maravillas que había vivido, incluidas las caídas de la bicicleta, la cantidad de chuches que comí en dos meses, las mil y una maravillas que a día de hoy sigo contemplando como si tuviese mis 6 años de entonces.

Ahora, no tengo la edad para poder disfrutar del vacaciones en paz pero sí del vacaciones a los campamentos; cada 9 meses estudiando en España, toca un verano a 50 grados y está vez sin nada material y con todo que observar, más que nada lo que pierdo en 9 meses lo gano en dos.

Benda Lehbib Lebsir.

Rutinas de mi día a día.

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No sé qué encanto tiene, no. Quizás magia o eso entiendo cuando hablo de «lidara», un punto de encuentro de mujeres, niños que van agarrando la melhfa de su madre, que se esconden por timidez si ésta para a saludar a quien sea por el camino o que simplemente cargan con el saco vacio y la siguen el camino a donde les lleve y por supuesto de los ancianos que tantas veces he visto jugar las » Damas», de cómo su rostro refleja la verdadera resistencia, de cómo sus frágiles manos, moviendo unos palos en la arena, dictan la sentencia de la continuidad y no del conformismo, de cómo detrás de sus turbantes oscuros se sostiene un largo camino y recorrido que contar de tanta vida que ni si quiera mi mente es capaz de asimilar. Y por supuesto de cualquier coche que pasa por allí para ayudar a acercar la comida.

 Lidara, es el ayuntamiento de cada Daira, en donde cada cierto tiempo se reparte comida por cabeza de familia. Para ello cada representante de barrio organiza grupos de cinco o seis familias para facilitar su labor a la hora de repartirlo. Es oír la voz de la representante de mi barrio llamarnos por megáfono, y se para todo. Se busca un saco y se va a Lidara. A veces despacio y otras tantas de prisa, siempre en  compañía  de la vecina que una pasa a buscar a la otra y aprovechan el momento de comentar cualquier acontecimiento, es el camino de ida y vuelta que solo los pasos de quienes han pasado por allí minutos antes indican el recorrido que a diario hacen cualquier Saharaui  que acude a por sus alimentos.

Es como digo, el reencuentro, instantes que aprovechan para intercambiar  información y por supuesto de cotilleos. Rutinas que nunca serán titular de ninguna prensa. Después llega el intenso momento de la recogida, de cargar con la comida y acercarla a casa; también las hay quien como yo que, tantas veces por evitar esa carga, he parado coches sin saber de quién se trataba y pedido que me ayudasen a acercarlo. Todo es filosofía de supervivencia, de adaptarnos a las condiciones, nos puede costar más o menos pero las tardes en Lidara, escuchando a unas y a otras no lo cambio por nada. Y es que no se trata del cómo, ni del cuándo, que también, si no del dónde y con quién. No sé qué encanto tiene, no, quizás magia o por lo mismo  un hábito más saludable de mi infancia y adolescencia en los campamentos.

Benda Lehbib Lebsir.

Imagen: Marcello Scotti.

«El Marsa, el escenario desconocido»

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El «marsa»  o el Zoco, ese escenario desconocido, lugar de colores vivos de melhfas que van y vienen, de mujeres cargadas con unas bolsas que apenas resisten el peso y olores, ¡ay los olores!, de distintas especias, de carne de camello y por supuesto de fruta. Fruta en pleno desierto, un bien muy apreciado para quienes lo pueden disfrutar.

Es ese lugar donde puedes observar cientos y cientos de andares distintos, donde oirás un «te conozco y no sabes quién soy»; es el punto de encuentro de muchos, de saludos duraderos y nunca un adiós sino un hasta luego. Lmarsa era ese caluroso lugar donde se oía al Imán llamar a la oración y todo se llenaba de silencio, se detenía toda actividad por unos minutos y se apreciaba un punto y coma de una jornada larga de trabajo. Una profesión, la del comerciante, que sigo admirando a día de hoy, y no por las posibles ganancias, sino por las infinitas y largas horas de trabajo estando de pie, conozco a personas que están más de 24 horas de pie, sin hablar de sueldo por supuesto.

Me gusta recordar las tantas veces que he ido corriendo a por carne y las otras tantas veces que me he metido entre mujeres para que me atiendan antes los dependientes. Las tantas veces que iba por la tarde y volvía corriendo antes de que se me hiciese de noche, y siempre era el mismo camino, la misma gente, las mismas historias que contar.

El marsa,  ese precioso lugar donde pequeños emprendedores habían apostado por un futuro mejor, y no se trataba de colocar en unas jaulas los distintos productos, sino de esa pequeña reflexión que trae ese punto de cada una de las Wilayas de los campamentos. Ese lugar en el que aprecias una jerga distinta, que sigo estudiando a fondo para poder entender, gestos de solidaridad entre los Saharauis prestándose productos que uno pagaría cuando pudiese, y no hablo de vísperas de fiestas sino del día a día. Como bien dice el proverbio saharaui » No se trata de lo que tengo y puedo disfrutar sino de dar sin esperar»

Benda Lehbib Lebsir.

Imagen: Anónimo.

Os hablo de mi Madrasa…

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Os voy hablar de mi educación y de lo mucho que me gustaba ir al colegio, que era bastante diferente al que estáis acostumbrados.

Mi Colegio era bastante grande y de una sola planta; tenía un patio inmenso y muchas aulas, muchos profesores y claro, también muchos niños. Es más, no había ratio que marcara el número total de alumnos. Y esa no era su única peculiaridad, mi colegio, «mi madrasa», tenía esas ventanas que muchas veces se dejaban abiertas porque el siroco que había soplado días antes las había tirado, esa puerta que los propios alumnos nos encargábamos de cerrar. Esas aulas que los alumnos rotábamos, según la lista de clase, para limpiar y mantener el orden durante el tiempo previamente fijado por todos. Los recursos  ¡ay lo recursos! eran escasos, más bien simples, e incluso muchas veces brillaban por su ausencia y lo que abundaba en contraprestación era la ilusión de aprender en esas noches de estudio en grupos, en casa de algún compañero. A día de hoy lo sigo echando de menos… Los profesores eran esos grandes «funcionarios» que a veces iban y otras tantas no , pero las veces que lo hacían su presencia era notoria, les cantábamos el «buenos días maestros» y ellos, por su parte, se encargaban de llevar a cabo su labor. Eran rectos, detrás de sus turbantes oscuros o de sus «melhfas» había un verdadero edil que favorecía la total disciplina y respeto entre todos.

Por otro lado,  estábamos los alumnos, esos niños que iban y venían algunos días desayunados y otros muchos que no, días con los deberes hechos y otros tantos que no y recibíamos el castigo correspondiente, que se trataba, nada más y nada menos, que con un palo nos golpeaban en las manos y vaya si espabilábamos. Aún tengo el recuerdo de recibir varias veces y preguntarme el porqué, pero era girarme y ver que mis compañeros se reían y hacerme la valiente, por no decir lo contrario.

Eran esos tiempos en los que daba igual ir con la ropa de toda la semana que ir despeinado, que ir desayunado o sin desayunar, que ir con zapatillas o sin ellas, pero lo que si importaba eran los libros, libros que en mi caso heredaba de mis hermanas mayores y que posteriormente heredaron mis hermanas pequeñas. Y la presencia en clase, el estar y participar, no sé si era nota actitudinal o procedimental, pero de lo que sí estoy segura es que sin aquellos recuerdos y sin educación un pueblo está totalmente perdido, sobre todo porque no tiene nada que contar.

«La educación es el arma más poderoso de un pueblo» Nelson Mandela.

Benda Lehbib Lebsir.

Imagen: Carlos Cristobal.

«Lkachafa» Otro recuerdo de mi bonita infancia.

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Como no recordar las veces que la representante de juventudes de mi  Daira  nos llamaba  a las niñas de mi barrio para ir a cantar? Como no recordar los esfuerzos de aquella mujer que se dejaba la voz para sacar lo mejor de nosotras… NO era para un concurso, no; era implemente diversión para romper con nuestra rutina a fin de jugar a algo distinto, «el canto». Como no recordar aquellas tardes de viernes todas las niñas reunidas en la sala de la Daira preparando un «tema», o simplemente imitando esas canciones tradicionales que tantas veces oíamos por la radio, sin ningún ritmo pero con mucha ilusión.

No recuerdo exactamente cuantas eramos ni es necesario la cantidad ni la calidad; allí reinaba la sencillez que tanto me encantaba en aquellos tiempos. Sí, aquellos en los que buscábamos una camiseta blanca de donde sea, a veces era incluso la de la vecina, unos vaqueros y bien peinadas con la bandera en la mano nos dedicábamos a mover las manos y los pies en conjunto. Siempre había una niña que dirigía el grupo, puesto que cantaba extraordinariamente bien y nunca he sido yo, os lo aseguro. Su voz de niña dulce suena aún en mis oídos, la labor de las demás era seguirla y en alguna ocasión, acompañadas de un «tbal» (Algo parecido a la pandereta), nos orientábamos para seguir el ritmo. No se trataba de un musical, era el «Ifarga» «Ikachafa», niñas que se divertían a su simple y sencilla manera; sin recursos, y por supuesto sin perder de vista su motivación. Uno más de los hábitos saludables de mi bonita infancia.

Benda Lehbib Lebsir.

Imagen: Carlos Cristobal.

Le invito a que imagine, señor Ex-Presidente.

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Imagínese usted que la engañada es su hija. Imagínese que la violada es su hermana, imagínese que la que han expulsado de su casa, de sus raíces, de su familia con hijos menores es su madre, y que han sido expulsados absolutamente sin ninguna razón ni motivo, imagíneselo!!. Imagínese que aquella niña menor que le escribió una carta a la cual usted mismo respondió está defraudada por ver como una vez más la han engañado.

Imagínese que un día usted tiene que asentarse en el desierto, vivir la impotencia de esperar la ayuda humanitaria para dar de comer a sus hijos o por lo mismo que su hijo salga de casa y no tenga la certeza de volver por manifestarse por sus derechos, imagíneselo. Y a usted, si usted  que representaba a un partido político de ideas sociales, le invito a imaginar, a crear y, por una vez, a ponerse en mi lugar. Imagine usted ver como sus familiares se desgastan día tras día cuando otros como usted se ríen en su cara y paradójicamente gozan del mismo DNI que usted.

Imagine usted que día tras día viva bajo una dictadura donde le impidan manifestarse, trabajar, gozar de los recursos naturales que su país tiene y que se los están arrebatando, imagíneselo. Imagine usted levantarse un día otro día y otros tantos días y ver como la libertad por la que todo un pueblo se desvive se la están prohibiendo. Se lo puede imaginar? Yo sí, lo vivo, lo sufro y sé de qué le hablo.

Le invito a visitar el Sahara Occidental, a conocer sus cárceles y por supuesto su gente y sus recursos y no ser cómplice de las violaciones a las que se ven sometidos, a los secuestros y, por supuesto, a los asesinatos que se producen todos los días bajo el terror Marroquí; le invito a que conozca esa realidad y no lo imagine. Le invito también, a conocer la otra cara de la moneda los campamentos de refugiados y que vea que allí, como de la nada, hacen un mundo. Cómo de la imaginación han creado su realidad, le invito. Le invito a que imagine que no quiero ni necesito que tome ninguna medida a favor del Sahara Occidental , fíjese, solo quiero que no apoye ideas por dinero, que no sea cómplice de todo lo que eso conlleva, que no se ría en mi cara y, por supuesto , que tenga cinco minutos de reflexión, más que nada por leerme e imaginar todo lo que le invito que imagine, le invito. Ya pago yo.

Benda Lehbib Lebsir.

Imagen: Carlos Cristobal.